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martes, 9 de noviembre de 2010

Golosinas.


Sonríe hasta que no puedas más. Haz alguna locura con tus amigos de vez en cuando. Duerme una noche en la terraza y cuenta estrellas. Guarda en alguna cajita objetos que te recuerden momentos y ábrela alguna que otra vez. Ríete por cualquier tontería. Recuerda buenos momentos con cualquier persona. Espanta las palomas de un parque. Mira al sol y aparta corriendo la mirada. Tírate de bomba a la piscina. Sáltate una tarde las reglas. No sigas tu misma rutina diaria, créeme; es muy aburrido. Escucha la música más alta que nunca. Observa a un pájaro volar. Ríete cuándo nadie más lo haga, y contágialo. Pon todas las caras que se te ocurran delante de un espejo, y hazte fotos con ellas horribles, pero no las borres, y pasado un tiempo vuelve a mirarlas (hay risas aseguradas). Mira el cielo azul todos los días. Paséate de noche con gafas de sol. Cambia la hora del reloj y hazte la loca. Ponte delante del ventilador y escucha tu voz de robot. Come palomitas hasta quedar saciada. ¡Haz todo lo posible por ser feliz, y admite la felicidad como forma de vida!
Porque cuando tenemos la felicidad frente a los ojos, no sabemos verla. Siempre pensamos en lo que nos estamos perdiendo, deseando cosas que no tenemos, cosas de otros; y en realidad todo lo que necesitamos para ser felices está ahí, mordiéndonos la mano. Creemos que la felicidad es algo difícil de alcanzar y a veces hasta nos convencemos de que nunca vamos a ser felices, pero sólo depende de nosotros, de saber encontrar la felicidad de lo que tenemos, de valorarla y cuidarla. Algunos se pasan la vida buscándola, cuando no la encuentran se desesperan, se resignan a ser infelices toda la vida. El problema es que la gente no entiende, no entiende que la felicidad no está en un lugar y hay que ir a buscarla, porque la felicidad siempre está, está en una charla, en un amigo, en una mirada, en una sonrisa.

La noche se puso de pie para mirarnos: tú y yo agarrados de la mano, como se agarran las etapas de la vida de las que no quieres desprenderte, porque tu futuro se plantea como un lugar sin miel, donde apenas quedan llamadas de rescate.
La noche se puso de nuestra parte: tú y yo paseando por Madrid y el frío invitando a que nos buscáramos un portal donde darnos todas las caricias que reclamaban las calles de La Latina.
La noche se puso a desnudarnos: en un cuarto de hotel sin ventanas ni prudencia, nos vimos envueltos en el sabor azul de los besos esperados. La noche jadeaba como una novia enamorada, y nos invitó a conducir sin frenos por las autopistas del deseo, porque la ciudad de destino tenía un nombre conocido, donde no entran las dudas. Un lugar del que no es fácil salir: el amor.

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